27/01/2020

Exposición Cámara y Ciudad. Cuando la imagen habla de la sociedad.

Exposición Cámara y Ciudad. Cuando la imagen habla de la sociedad.

En la sede de CaixaForum en Barcelona se puede ver hasta el próximo 8 de marzo la exposición “Cámara y ciudad. La vida urbana en la fotografía y en el cine”, organizada por el Centre Pompidou de Paris y La Caixa.




La magnífica impresión que me ha causado haberla visitado me llevan a realizar esta entrada en mi Diario, con el objetivo de comentar sus principales rasgos y las reflexiones que me han surgido al ver las imágenes expuestas, y también, naturalmente, de recomendar a todos mis lectores que vayan a disfrutarla, tanto si viven cerca de su emplazamiento actual, como si tienen la suerte de recalar en los territorios a los que, tal vez, pueda desplazarse la exposición.

Como se dice en su tríptico informativo, la muestra trata sobre fotógrafos y cineastas que han documentado, representado y analizado la ciudad, y en este proceso, han descrito diferentes escenarios de la vida y la cultura urbanas. Esta última afirmación merece ser subrayada, ya que la mayoría de imágenes de la exposición no buscan reflejar la arquitectura o estilo urbano de una ciudad determinada, sino que lo importante son las personas que en ella viven, sus realidades, sus angustias, sus deseos o sus intereses políticos o sociales. Se añade por el tríptico que la exposición pretende incidir en la idea de que la sociedad es el motor de la historia. Efectivamente, viendo las imágenes lo que verdaderamente florece como factor esencial en la ciudad son los hombres y las mujeres que definen a la sociedad de la que forman parte. Ahora bien, mientras miramos las fotos e intentamos comprender la sociedad de la que forman parte, lo hemos de hacer mirando de entender el contexto histórico en el que están tomadas. Es en ese ejercicio de análisis cuándo podemos avanzar en el conocimiento de dichas sociedades (y de su historia). Por ejemplo, avanzo ya que pocas escenas representan a las clases pudientes, al contrario, en muchas ocasiones se muestran a trabajadores, pobres o vagabundos, o en general ciudadanos ordinarios y anónimos que en muchas ocasiones no responden a la idea que sobre los años que vivieron tenemos muchos de nosotros. Ante el inicio ahora del centenario de los felices 20 del siglo pasado, costará ver imágenes de personas que parezcan que están en una situación satisfactoria en aquellos años, o tras la Segunda Guerra Mundial, hasta mediados de los 70, conocidos como los 30 gloriosos, también nos encontraremos estampas que no responden a dicho adjetivo en ese periodo histórico. Esta conclusión me ha recordado que en el ejercicio de conocer la historia debe partirse de un punto de susceptibilidad ante la definición simplificada de un momento, de un país o de una ciudad, ya que muchas personas que se encuentran en ese contexto pueden no compartir los beneficios ni los perjuicios de esa atribución ideal.

Con ello no quiero decir que las imágenes busquen que el espectador se identifique con la persona fotografiada. Viendo las imágenes de la exposición me ha  llamado la atención que los fotógrafos elegidos no buscan eso en el espectador, no me llaman a tener empatía con esos hombres y mujeres que aparecen en situaciones diversas, en algunas ocasiones posando, en otras tomadas al azar en un momento de sus vidas. Ahora bien, cuando veo a esas personas y las sitúo con todas las precauciones posibles en la historia que he leído o me han contado, es decir las veo en el contexto en la que fueron tomadas, he de reconocer que sí, que en ese momento me siento vinculado con ellas como por un hilo invisible, tal vez porque me uno a ellas en un todo continúo, posiblemente por vivir como en ellos en una ciudad, incluyendo sus suburbios, o tal vez por ser parte de los perdedores de la historia, de aquellos que, siendo su motor, aquella nunca hablará.

La exposición está estructurada en 10 ámbito temáticos diferentes (que se corresponen con la distribución de las fotografías o películas en 10 salas),si bien entre ellas hay una evidente evolución cronológica. Solo empezar vale la pena ver el corto Manhattan, de Paul Strand y Charles Sheeler, que inaugura la primera sala, que supone una loa a la ciudad de Nueva York y a la enormidad de sus construcciones. A continuación, vale la pena reseñar las fotografías de André Kertész, por ejemplo, “Paris, en verano, una tarda de tempestad”, o de Lásló Moholy-Nagy y su perspectiva vertical de la Torre de radio de Berlín. Piezas todas ellas que me hablan de la confianza en el progreso de las ciudades, en las conquistas técnicas del hombre que le hacen invencible, pero curiosamente, son vistas justamente junto a una imagen también de Paul Strand, Mujer ciega, que de forma realista nos muestra también las deficiencias de aquella confianza. Viendo esa imagen, de 1016, justo después de la I Guerra Mundial, pienso que podría trasponerse a la realidad de muchas de nuestras calles. La sociedad era otra, pero las vivencias de las personas pueden ser las mismas 100 años después.





De hecho, la segunda sala que se centra en el tema de “Los nuevos actores de la ciudad: entre el ámbito pintoresco y el proletario”, se focaliza en los denominados históricamente como los felices 20, si bien pronto nos damos cuenta que no para todos lo fueron. Así lo veo en las imágenes de Brassaï, retratando trabajadores anónimos en sus puestos penosos o prostitutas solitarias en calles húmedas, o también reflejando en una secuencia de fotos la muerte de un hombre en plena calle (tomada en 1932): su cuerpo en el suelo, la curiosidad súbita que despierta, la ayuda de varias personas para que se apoye en un árbol, la llegada de un transporte que se lo lleva, y la súbita desaparición de toda transeúnte en ese lugar. Más que el retrato del momento de una muerte, es la escenificación de la intrascendencia de cada uno de nosotros, la falta de protección del ser humano en un conglomerado humano como es la ciudad, el paso de una vida sin dejar rastro.

En la tercera sala, dedicada a la “Ciudad militante”, la mayor parte de las imágenes tiene como telón de fondo a Barcelona. Al margen de algunas fotos de Henri Cartier-Bresson en Sevilla en los años de la República española, se puede comprobar la labor de fotógrafos como Agustí Centelles, Pérez de Rozas, Gabriel Casas, Pere Català o Margaret Michaelis, quién retrata el Barrio Chino entre 1933 y 1934. Las fotos de esta última retratan lo que es la vida en ese barrio barcelonés sin condimentos románticos, o dicho de otra manera, vemos la realidad de las condiciones de vida de las clases populares en la Barcelona de la pre-guerra civil y como se desenvuelve en una atmósfera urbana y social de pobreza.

La sala cuarta lleva por título “La ciudad humanista y existencial”, donde vuelven a aparecer gentes del Raval barcelonés de los años 50, con particular atención a lo que en mi opinión son chaperos, lo que me lleva a apiadarme de su suerte en una sociedad de moral estricta, o a las prostitutas, una de ellas de blanco inmaculado en unas calles sucias, aumentadas en su sordidez por las miradas abiertamente escrutadoras de hombres. En todo caso, de esta sala me apunto dos fotos de Robert Doisneau: “Celebración de los 20 años de Josette”, en el que se ven a un grupo de adolescentes cogidos de la mano y bailando en coro en 1945, coincidiendo con el fin de la guerra, y por tanto mostrando la felicidad del momento, junto con la foto “Estricta intimidad”, del mismo año, pero en la que se retrata la soledad de una pareja de casados vistos por la espalda, cuya única forma de celebrar su matrimonio es el blanco de la novia, y la entrada en una cafetería, posiblemente como única forma que tienen para festejar su unión.

La ciudad crítica” es el objeto de la quinta sala recoge imágenes de Lisette Model y de Diane Arbus entre la década de los 50 y 60 del siglo pasado. Sus fotos muestran a mi modo de ver el hundimiento social de las ciudades, con la presencia de vagabundos  cualqueira que sea su edad y sexo, así como la soledad en la que sufren su situación. De ahí a la sala sexta, sobre “La ciudad rebelde”, que nos dan a ver la estética de las rebeliones que se produjeron en los años 60 y 70. Fotos de Bruno Barbey, Manel Armengol, Pilar Aymerich, la cual refleja por ejemplo las manifestacionje sobre los derechos de las personas homosexuales y travestís. Sus manifestaciones dieron fruto, aunque poniéndoles color, esas imágenes podrían ser transpuestas sin problema en la situación actual, pero en una sociedad mucho menos rebelde que aquella.

La sala séptima o “La ciudad como escenario”, muestra con énfasis la soledad que desprende la ciudad en los años anteriores y posteriores al cambio de siglo. De especial interés las fotos de Valerie Jouve como la que se título como “Sin título”, de 1994 que se acompaña a este texto, una colmena de pisos, sin ningún tipo de espacio compartido o común, sin concierto en sus fachadas, sin ningún atisbo de belleza estética, sin nadie en la imagen que le dé una presencia humana que, de calor a la imagen, tal vez el recordatorio de su existencia a través de la fealdad que desprende la ropa colgada en algunos balcones. Un triste escenario que no da lugar a la esperanza en la calidad vital de las personas de ese entorno. De ahí, se pasa a la Sala 8 dedicada a la ciudad horizontal, con imágenes de destrucción de edificios para nuevas construcciones, en la que uno piensa que el desastre que supuso posiblemente la construcción de un edificio alto, le sigue otro desastre en su propia destrucción, que no se acabará posiblemente con lo que será construido de nuevo (se recomienda la visión de las fotos de Matthieu Pierrot, por ejemplo, la Courneuve, de 2000).



Las últimas salas son la novena y la décima, la primera de ellas dedicada a “La ciudad reflexiva”, con fotos de Paul Graham que muestran la sensación de desvalimiento espiritual o de alienación que la ciudad produce en las personas (véase San Francicos, 2009),y la décima, “Ciudad global y virtual”. De esta última llama la atención la fotografía de Mishka Hemmer, Palacio Neordeinde, La Haya 2011, y dos videos, uno de Liu Wei, Un dia para recordar, de 2005, y otro de Anna Malagrida, El limpiador de cristales, de 2018.

A estos videos dedico este último párrafo. El video de Liu Wei muestra las preguntas de éste a ciudadanos chinos, principalmente jóvenes, en un campus universitario, en relación a la celebración el 4 de junio del 25 aniversario de la masacre juvenil de la Plaza de Tiananmen. Nadie dice nada, nadie quiere hablar del asunto. Podría pensarse en el miedo que impone una sociedad como base justificativa de ese silencio, pero los estudiantes que se movilizaron libremente hace 25 años por cambiar el régimen político también vivían bajo un sistema dictatorial. Jóvenes separados 25 años y tan diferentes. Puede ser que esté en su cénit aquel factor humano que lleva a sacrificar la libertad por el mantenimiento de una vida personal cómoda en lo material, lo que nos habla de una sociedad totalitaria y orwelliana irrespetuosa con el principio básico de la vida de un ser humano.

El otro video, el limpiador de cristales, una de cuyas imágenes es la que preside esta entrada en mi  Diario, se graba con el trasfondo de una calle ancha, solitaria, bajo un clima gris que acrecienta la frialdad de la situación (y a mi modo de ver, propio de la sociedad europea),y nos muestra una cristalera, la llegada de un trabajador de piel negra que le empieza a echar un líquido limpia vidrios, la neblina húmeda de la cristalera, los trazos del hombre (¿migrante tal vez?) con el limpia cristales que vuelven a aclarar completamente el vidrio, y la marcha del hombre.

Si en el video de Liu Wei la sociedad impone silencio a los individuos, en el de Anna Magralida es la sociedad la que se calla ante el gesto de un hombre que, pese a limpiar la cristalera a través de la que miramos, a aclararnos con ello la mirada, seguimos indiferentes ante su soledad, ante su servicio precario. Tal vez nuestra sociedad, instalada en una sensación de bienestar, de bienes al alcance de la mano que nos pueden hacer la vida más fácil, no aguanta aquellas situaciones que la incomodan, que la pueden hacer reflexionar sobre problemas y derivado de ello, a que se tenga que actuar rompiendo así su rutina y su estatuto acomodaticio. Eso es solo alargar algo el shock que si hará mover a la sociedad.

 
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